Capítulo 4 - leer

Publicado el 29 de julio de 2023, 18:00

Padre e hija estaban frente a la casa familiar mirándola como si de un cuadro de un museo se tratara. Ahora les parecía majestuosa, acogedora, millones de recuerdos pasaban por la mente de ambos.

—Nos ha dado mucho esta casa papa —dijo Olivia.

—Mucho hija, más de lo que nos hemos dado cuenta.

—¿Entramos? —preguntó ella adelantándose con las llaves en la mano. Su padre se quedó rezagado—. ¿Que sucede?

—Estoy inquieto, no se hacía muchos años que no me sentía así.

—¿Tienes miedo? —quiso saber Olivia.

—No es miedo, más bien es incertidumbre por lo que va a pasar conmigo, ¿qué va a ser ahora de mí? —preguntó Tom con una voz melódica. Olivia se giró para mirarlo y este tenía los ojos en blanco.

—Papa —se acercó ella y lo zarandeó varias veces.

—¿Por qué me llamas papa? —preguntó este algo confuso.

—Me estás asustando, en serio, si esto es una especie de broma , no tiene …

—¿Broma? —dijo él en voz alta—. Aquí nadie está de broma, me siento sola, me habéis abandonado sin darme una explicación, os he dado los mejores años de mi vida, os he refugiado en noches de lluvia, os he calentado en días de frío e incluso os he arropado con mi aroma a hogar en vuestros momentos más tristes —su padre estaba llorando.

—¿Eres la señora verdad? —preguntó Olivia.

—¿Así es como me llamáis? La señora , como si yo fuera una extraña —sus palabras desprendían odio —su padre cogió aire y lo soltó como si estuviera largo rato sin respirar y parpadeó mirando a su hija.

—¿Papa? 

—¿Qué ha pasado? Creo que he entrado en el vórtice pero no veía ni oía nada.

—La señora ha hablado a través de ti —explicó su hija.

—De ahí el sabor a cemento — confesó su padre limpiándose la lengua con los dedos.

—¿A cemento? 

—Sí, un día acompañé a tu abuela a una sanación de una casa y …

—¿Una sanación de una casa? —interrumpió Olivia abriendo la boca.

—Sí —rió su padre—. Tu abuela curaba las almas de las casas —cometo como si aquello fuera lo más habitual del mundo—. Y recuerdo que se nos quedó el sabor a madera en la lengua  por varios días, al estar construida en madera cuando entran en ti te conviertes por unos segundos en ellas y eso hace que dejen residuos.

—Me va a explotar la cabeza de verdad —exclamó Olivia restregándose la cara.

—Debemos entrar y explicarle que nuestro tiempo con ella ha llegado a su fin y que debe pasar el duelo para dar un nuevo hogar a los futuros dueños.

—Vale y eso como lo hacemos —preguntó ella.

—Como lo vas a hacer tu hija —replicó su padre sonriendo.

—¿Yo? Jamás he… ¿Por qué yo? 

—Precisamente por eso, porque nunca has realizado una sanación de un alma de una casa y que mejor manera que empezar con esta —su padre se adelantó le arrebató las llaves de las manos a su hija y se adentró en la casa.

 

Entraron y el olor a hogar, a su hogar les inundó. Se quedaron quietos saboreando esa sensación , y sin decirse nada subieron las escaleras, con cada paso que daban les pesaba más el cuerpo, era como si la señora no quisiera que subieran a la buhardilla. Siguieron subiendo en silencio y una vez arriba Tom sacó de su mochila dos velas muy grandes y un libro, Olivia se lo quedó mirando, sin entender nada. Él encendió una vela.

—Para iluminarte en tus días oscuros –dijo, cogió la otra vela se la entregó a su hija y le animó a hacer lo mismo.

—Para iluminarte en tus días oscuros —repitió Olivia, un remolino la envolvió y la trasportó de nuevo a esa misma buhardilla vacía en la que estuvo días antes y allí frente  a ella estaba la señora. Olivia parpadeó.

—Hola —dijo,frente a ella estaba la señora que la miraba muy seria—. Hemos venido para hablar contigo —la señora ni se movía, daba la sensación que era de piedra—. Queremos darte las gracias —continuó Olivia con una voz sueva y calmada.

—¿Por qué? —replicó la voz de la señora de golpe.

—Por cuidarnos, por darnos cobijo siempre cada uno de los días que habitamos en ti, por querernos tanto y por supuesto por protegernos—dijo las palabras de una forma tan pausada como si alguien se las estuviera dictando, la misma Olivia se sorprendió.

—¿Por qué me habéis dejado sola? —quiso saber.

—Sinceramente, no lo se y te pido disculpas, no sabíamos que sufrías —se excusó Olivia.

—No voy a dejar que os vayáis —contestó la señora.

—Debes dejarnos ir, nuestro tiempo contigo ha finalizado y debes prepararte para acoger a tu siguiente familia.

—No quiero otra familia —replico la señora —. Vosotros sois mi familia.

—Siempre formarás parte de nuestros corazones, pero debemos seguir nuestras vidas —replicó Olivia. La señora se quedó en silencio, transcurridos unos segundos preguntó.

—¿Te cuida bien tu nueva casa? —la señora ahora parecía un tanto más joven.

—¿Cómo? —preguntó Olivia sin entender.

—¿Que si tu nueva casa te cuida bien? —repitió con una voz más calmada.

—No lo se –contestó sinceramente Olivia—. Es muy nueva todavía, no lo se.

—¿Me leerías un capítulo por última vez? —preguntó la voz de la señora mucho más serena.

—Por supuesto —en ese momento Olivia se dió cuenta de que en una de las manos tenía un libro, se sentó en el suelo y pasó el resto de la tarde leyéndole a su antigua casa para darle las gracias por todos los maravillosos años que les había dado a su familia y a ella. Una vez terminado salió del vórtice y junto a su padre dieron las gracias en voz alta y bajaron hasta la calle acariciando cada una de las paredes, cada mueble que había dado forma a ese hogar, ese suelo que tantas veces había jugado junto a ella siendo pequeña. Ahora era hora de despedirse para no volver jamás.



Olivia llegó a su casa abatida, triste y aliviada al mismo tiempo. Cerró la puerta tras de sí se sentó en el suelo y cerró los ojos por unos segundos, en su mente una voz resonó.

—Bienvenida a casa —no reconocía esa voz, abrió los ojos pensando que había alguien allí, pero estaba sola, se levantó y al incorporarse se ayudó con la pared y un destello interno atravesó su cuerpo y sintió felicidad.

—Hola —dijo en voz alta, cerró los ojos y en su cabeza resonó.

—Bienvenida a casa.

—Hogar dulce hogar —dijo Olivia y sonrió al sentir la felicidad que sentía la casa al escuchar como la nombraban con la categoría de hogar.

 

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