La mansión de los susurros

Publicado el 17 de octubre de 2023, 20:31
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En el pueblo de Dawtonvile se decía que la mansión de los Mc Douglas estaba habitada por espíritus inquietos y que las paredes aún susurraban los oscuros y misteriosos secretos de la desaparición de la familia.

La mansión estaba situada a las afueras del pueblo, antaño fue la casa más lujosa del lugar sin embargo ahora estaba rodeada de árboles retorcidos y aves extrañas que graznaba cada noche.

Peter, estaba obsesionado por esa casa desde que era pequeño, sin embargo una promesa a su abuela le había mantenido alejado de esa mansión durante los últimos quince años. ¿Qué había cambiado ahora?

Los padres de Peter habían fallecido en un accidente de tráfico cuando era tan solo un crío de dos años, fue el único superviviente de una colisión frontal en mitad de la carreta principal, un borracho se quedó inconsciente al volante e invadió el carril contrario llevándose por delante el coche de la familia de Peter, dónde iban sus padres su hermana mayor y él. Peter se fue a vivir con su abuela a un pequeño apartamento en el centro del pueblo, todo transcurría con normalidad hasta que una noche de tormenta el viento susurraba el nombre de Peter una y otra vez.

—Abuela tengo miedo —dijo el niño con tan solo nueve años entrando en la habitación de su abuela.

—¿Qué sucede mi niño? Es solo una tormenta más.

—No abuela, es el viento.

—¿El viento? —su abuela se incorporó algo asustada—. ¿Qué quieres decir?

—Me parece que el viento susurra mi nombre y…

—Siéntate a mi lado cariño —la abuela estaba sentada en el borde de la cama con un camisón rosa y una trenza canosa —. ¿Qué más dice?

—Me dice que vaya a la mansión abuela, que yo…

—Hijo —la abuela le agarró de las manos—. Prométeme una cosa.

—¿Qué? —quiso saber el pequeño Peter.

—Hay muchas historias sobre la mansión de la colina. Allí vivió una familia que desapareció y…

—¿Qué les pasó?

—Nadie lo sabe hijo, pero debes prometerme que jamás te internaras en sus terrenos, que jamás visitarás esa casa, que…

—¿Por qué? 

—Peter, promételo, es peligroso.

—¿Por qué es peligroso abuela? ¿No está la casa abandonada?

—Hijo prométeme que jamás te adentrarás en la mansión de los susurros —la cara de la abuela albergaba temor.

—Vale abuela te lo prometo.

—Duerme conmigo esta noche Peter.

—Abuela.

—Dime.

—¿Por qué dicen mi nombre?

—No lo sé muchacho, no lo sé. Ahora duerme.

 

Quince años después de esa promesa Peter abría los ojos delante de la mansión de los susurros. De nuevo estaba frente a la mansión de los Mc Douglas, y de nuevo no recordaba cómo había llegado hasta allí, quinta mañana consecutiva que despertaba allí plantado delante de la mansión sin saber ni cómo ni porqué había llegado allí.

Se dió la vuelta para ver si había alguien, pero estaba solo, tal y como había sucedido los días anteriores.

—Lo siento abuela —dijo en voz alta—. Se que te prometí que jamás me acercaría a esta casa, pero algo me llama, algo que no sé cómo explicar me trae hasta esta casa.

Peter empujó la puerta de la mansión y entró con cautela. La hierba le llegaba hasta los ojos, apenas se veía el camino de piedras y muchísimo menos se veía la preciosa fuente que varias décadas atrás lucía frente a la casa. Subió las escalinatas de piedras que daba acceso a la puerta principal y empujó la gruesa puerta de madera, para su asombro esta cedió sin más. El aire no solo estaba cargado de humedad y polvo, estaba cargado de silencio, el suelo crujió cuando puso un pie sobre el suelo de madera, tanteó la pared en busca de algún interruptor, pero como era de esperar no había luz, descorrió una de las cortinas para que entrase luz y poder ver algo y entonces lo vio, allí en mitad de las escaleras había un gato mirándolo.

—Vaya amiguito, menudo susto que me has dado —dijo respirando tras el sobresalto. El gato se dió la vuelta y corrió escaleras arriba. Peter le siguió sin dudarlo, corrió escaleras arriba y al llegar arriba vió como el gato se metía dentro de una habitación que había a la derecha, no se lo pensó y se metió en la habitación.

—Gatito, ¿dónde te has metido? —dió varias vueltas y allí no vió al gato,se giró y en ese momento vió como una sombra cerraba la puerta de la habitación y cerraba con llave—. ¿Qué? Ehhhh —gritó abalanzándose para abrir la puerta —Abre la puerta —intentó abrir, se lanzó contra ella, estaba cerrada y él se había quedado a oscuras.

—Maldita sea —sacó el móvil de su bolsillo y puso la linterna para lograr ver algo dentro de la habitación. Estaba en una habitación que sin duda había pertenecido a una niña, pues la cama estaba llena de peluches y una casita de muñecas de dos plantas estaba situada a la derecha de la habitación, de golpe algo se movió dentro de la casa y de allí salió el gato.

—Mierda —dijo Peter. El gato se le acercó ronroneando y se restregó contra sus piernas, un crujido a sus espaldas sonó y al darse la vuelta la puerta estaba abierta, se abalanzó hacia afuera sin pensárselo. 

Toda la casa estaba iluminada y limpia, eso no podía ser, la casa llevaba abandonada más de dos décadas. La melodía de un piano se escuchó a lo lejos, el gato salió corriendo escaleras abajo y tras el gato evidentemente iba Peter. Bajaron las escaleras, giraron a la derecha pasaron por un largo pasillo adornado con retratos de familiares y paisajes hasta llegar a una amplia sala, parecía una sala de fiestas repleta de gente.

—¡Qué narices…! —acertó a decir Peter, pero nadie le escuchaba, todos seguían charlando y bebiendo como si nada. La música de piano salía de las manos de una niña de no más de diez años que tocaba como los mismísimos ángeles. Peter se acercó a ella.

—Tranquilo, estás a salvo —dijo la niña sin dejar de tocar.

—¿Puedes verme?

—Si, solo puedo verte yo, ellos no.

—¿Estoy en un sueño? 

—No —contestó la niña.

—Entonces, ¿dónde estoy?

—Estás en uno de los recuerdos de la mansión —la niña acabó de tocar, le miró y sonrió. Toda la sala irrumpió en aplausos y agasajos para la pequeña pianista.

 

De golpe un vórtice envolvió a Peter y lo trasladó a otra parte de la mansión, a la piscina. Era de día, un día caluroso y allí en la piscina estaba de nuevo la niña, y los que parecían sus padres.

—Evelyn sal inmediatamente de ahí —la madre se había puesto en pie y la miraba con ojos de auténtico terror.

—¿Qué sucede querida? —quiso saber su marido cogiéndola cariñosamente del brazo.

—La va a ahogar —dijo fuera de sí —. Evelyn sal de agua ya —gritó. El padre se acercó a la piscina y con mucho cariño le dijo a su hija que saliera.

—¿Qué sucede papá?

—Hija, haz caso a mamá y sal del agua —la cara de James se había transformado en un velo de tristeza y miedo.

—Papá ¿ha vuelto? —quiso saber Evelyn en un susurro.

—Me temo que sí —confirmó el padre. Evelyn corrió hacia su madre que seguía con la mirada puesta en la piscina.

—Mami —tiraba del vestido de su madre para que la mirara—. Ya estoy fuera mami, estoy bien mira.

—Evelyn —su madre se arrodilló y cogió entre sus manos la cara regordeta de su amada hija—. Prométeme que siempre me obedecerás, prométeme que jamás te meterás en esa piscina sin que tu padre esté presente.

—Claro mami, tranquila.

Peter no entendía absolutamente nada, no había nada en la piscina, no había nada en los alrededores, la niña parecía que sabía nadar, dió varios pasos para acercarse a la niña para ver si podía hablar con ella, la niña lo miró y negó con la cabeza, este se paró en seco y de nuevo otro vórtice lo envolvió. Esta vez lo llevó hasta una biblioteca en la que estaba la madre de Evelyn sentada tomando un té y mirando tranquilamente por la ventana. Peter aprovechó y se acercó a ella para observar con más detenimiento. Era una mujer muy bella, con una piel blanca y fina, cuidada, no tendría más de veintiséis años, su mirada estaba perdida en un punto fijo del amplio campo que se podía observar desde la ventana, entonces fue cuando se fijó en sus manos, estaban llenas de heridas superficiales, no pegaban nada con el resto de la persona.

—Mami ¿me lees un libro? —interrumpió Evelyn en la habitación. Su madre ni se inmutó, como si no la hubiera escuchado. La niña al ver a su madre ida la cogió de las manos. La madre de Evelyn, Catherine reaccionó al contacto de las manos de su hija y al volver la cabeza soltó el grito más aterrador que jamás se hubiera escuchado en Dawtonevile.

—Mama ¿qué sucede?

—Tú, aléjate de mí y de mi familia —gritaba fuera de sí la madre, se lanzó a la carrera hacia el escritorio que estaba al final de la sala, rebuscó en el interior del primer cajón y de allí sacó un abrecartas y se lanzó a la carrera hacía su hija clavandoselo en el hombro. 

—Papá, papá —empezó a gritar la niña sin poder moverse del pánico.

—Maldito ser fuera de mi casa —gritaba Catherine.

—Mama soy yo, soy yo —las lágrimas rodaban por la cara de la niña.

—¿Qué sucede? —irrumpió el padre en la habitación. Sus ojos fueron de su hija a su mujer y de su mujer a su hija, y entonces fue cuando vió el abrecartas clavado en el hombro de la pequeña.

—Cat ¿qué has hecho? ¿Qué has hecho? —sin pensárselo dos veces cogió en volandas a su hija y desapareció dejando allí a una Catherine fuera de sí, sentada en el suelo abrazada a sus rodillas sin dejar de repetir.

—No permitiré que le hagas daño a mi hija, no, no, aléjate de mi familia, no, no, no.

 

Peter estaba petrificado, no había podido ayudar a la pequeña Evelyn, se miró las manos y las tenía llenas de sangre, ¿cómo podía ser? Él no había tocado a la niña, él no estaba en realidad ahí, él estaba en una especie de sueño del que ahora ya quería despertar, se giró y salió corriendo en dirección a la puerta pero estaba cerrada, se giró y de golpe allí ya no estaba Catherine, estaba él solo y la habitación estaba cubierta de polvo.

—Pero… Qué… —dijo sin entender nada, se giró para ver si podía abrir la puerta y efectivamente pudo abrir y allí delante de él estaba de nuevo el gato, como si lo hubiera estado esperando.

—De nuevo tu amiguito —se agachó para acariciarlo pero el gato salió corriendo escaleras abajo. Y Peter una vez más le siguió bajando las escaleras a toda prisa, giró a la izquierda siguiendo por un pasillo, se tropezó con un juguete y se agachó para cogerlo.

—Eso no es tuyo —dijo una voz a sus espaldas, del susto lanzó el juguete por los aires y se giró pero allí no había nadie. La risa de una niña sonó a sus espaldas y al girarse allí estaba el gato que lo esperaba sentado al pie de unas escaleras, el gato maulló.

—Vale te sigo pero sin tocar nada, captado —dijo Peter.

Bajó con cautela las escaleras y se tuvo que tapar la nariz con la camiseta porque el olor a humedad allí abajo era insoportable.

—¿Dónde me traes amiguito? —dijo en voz alta entrando en una estancia que estaba en penumbras y tras unos minutos su vista se acostumbró y descubrió que estaba en lo que parecían unas bodegas de vinos, inspeccionó el espacio cautelosamente sin tocar ninguna de las botellas y de golpe una melodía empezó a sonar tras la pared del fondo, era el piano de nuevo. Se acercó para ver de dónde provenía el sonido pero allí había una simple pared, no había puerta ninguna, apoyó la oreja para escuchar mejor y al apoyarse con las manos no se dió cuenta que la pared estaba cediendo como si de una puerta secreta se tratara y cayó de bruces en el interior de una sala cerrándose la pared tras él.

—Pero, ¿qué? —trató de incorporarse pero no veía absolutamente nada, se fué arrastrando por el suelo hasta llegar a la pared, se incorporó e intentó empujar la pared, pero no sucedió nada, la pared por la que había entrado no tenía salida. 

Siguió caminando palpando cada centímetro de la pared buscando desesperadamente una salida cuando tropezó con algo y cayó de bruces encima de algo duro, lo palpó y no pudo evitar sobresaltarse y gritar, un grito que hizo retumbar la sala porque estaba tocando nada más y nada menos que un esqueleto humano.

—No, esto… No puede… —La respiración de Peter era cada vez más agitada. Siguió palpando la pared y al lado de ese esqueleto había otro, y al lado otro más con lo que se sentó en el suelo y no quiso seguir avanzando, tenía que tranquilizarse o el pánico le transformaría en uno de ellos.

—Peter, respira tranquilo —se decía a sí mismo sentado en el suelo, sin embargo no surtía efecto pues no conseguía relajarse porque no veía absolutamente nada y eso le hacía angustiarse más y no dejar de pensar que podría estar literalmente dentro de una tumba. 

Al cabo de unos minutos pero que para Peter parecieron horas se levantó y volvió a palpar cada centímetro de las cuatro paredes que le rodeaban en busca de una posible salida, en su búsqueda se chocó con innumerables esqueletos.

 

Dos meses después de la desaparición de Peter las autoridades dieron por cerrado el caso y añadieron el nombre de Peter a la larga lista de desapariciones s

in explicación que el pueblo de Dawtonville cargaba sobre sus hombros

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