Miércoles por la mañana
Sara está tranquilamente desayunando cuando el teléfono de su madre suena, ella está en el baño acabando de pintarse para irse a trabajar, hoy le toca turno de mañana.
—Maaaa, tu teléfono.
—¿Quién es? –quiere saber Lola.
—No reconozco el número ¿lo cojo? —pregunta Sara.
—Sí —contesta su madre.
—¿Hola? —pregunta tímidamente.
—Hola ,Lola soy Daniel de la inmobiliaria —se presenta una voz cantarina al otro lado del teléfono.
—Ohhh hola, soy Sara su hija, mi madre está ocupada, si espera un momento la aviso —explica esta dirigiéndose a toda prisa hacia el baño.
—Por supuesto, espero —contesta el agente inmobiliario.
—Ma —susurra Sara tapando el teléfono con la mano—. Es de la inmobiliaria —le dice y sonríe de oreja a oreja.
—¿Que? —contesta Lola abriendo la boca de la sorpresa—. Dios mío Sara que sea que sí que sea que sí —le repite a su hija como un mantra.
—Es un sí mama, lo siento aquí —contesta Sara posando su mano sobre el corazón y entregándole el teléfono. Su madre carraspea.
—Buenos días —contesta Lola con su habitual voz fuerte.
—Lola buenos días, tengo buenísimas noticias —dice al otro lado del teléfono Daniel.
—¿Sí? —pregunta incrédula. Madre e hija se cogen de la mano y Sara acerca la cabeza al teléfono para escuchar la conversación.
—Ya es oficial, tenemos comprador, le han aceptado la hipoteca, con lo que en una semana debemos entregar las llaves —explica animadamente Daniel.
—Gracias, gracias, no se que decir, gracias —logra articular Lola. Sara se suelta de su madre y empieza a bailar haciendo el tonto, su madre la mira y ríe, se tiene que girar para no verla y que no le dé un ataque de risa.
—Lola, tendrías que pasar mañana para firmar los papeles y el martes de la semana que viene a las cinco de la tarde hemos quedado con los futuros propietarios —acaba de explicar Daniel.
—Estupendo, mañana por la tarde pasamos mi hija y yo por la agencia —contesta Lola.
—Hasta mañana, que paséis un buen día —contesta Daniel.
—Igualmente, Daniel, y muchísimas gracias por todo —responde y cuelga el teléfono.
Se gira, mira a su hija y esta se pone a bailar de nuevo haciendo el payaso, su madre se rie pero se une a su hija y ambas caen exhaustas en el sofá muertas de la risa, se quedan ahí sentadas mirando al infinito en silencio. Al cabo de unos minutos una lágrima cae por la mejilla de Lola.
—¿Qué pasa mama? —quiere saber Sara.
—¿Y si la tía y la abuela no quieren que lo vendamos? —duda Lola.
–¿Qué? –pregunta atónita Sara incorporándose del sofá sin entender.
—Ellas ya no están entre nosotras y… Bueno esa fue la casa de las dos hasta sus últimos días de vida, no se… Me siento… No se ni como me siento —confiesa Lola.
—Ma, con ese dinero vas a pagar todas las deudas que has adquirido durante todos estos años, te vas a liberar, y vas a pagar lo que queda de este piso, es lo que pedíamos, es lo que necesitamos —asegura Sara.
—Tienes razón cariño, igual es… es… —la voz de Lola se corta de la emoción.
—¿Que? —quiere saber Sara.
—Es el último sitio físico dónde las vi a ellas, es un arraigo que tengo hacia ellas, cada vez que voy a esa casa es como si estuviera con ellas —confiesa Lola.
—¿Y si hacemos una fiesta de despedida? —sugiere emocionada Sara. Su madre se la queda mirando totalmente perpleja.
—Sara ¿cómo le vas a hacer una fiesta de despedida a unas personas que ya no están? Tienes unas cosas —replica Lola.
—Pues muy fácil, hacemos una tarde de chicas en casa de la abuela, recordando momentos que vivimos con ellas —explica con una sonrisa de oreja a oreja—. Y nos quedamos a dormir y todo mama —-continúa emocionada—. Sería como si estuvieran todavía, como cuando íbamos a verlas.
—No se Sara —dice algo dudosa Lola.
—Venga ma, tarde de chicas —Sara coge a su madre de las manos y le sonríe. Lola no puede resistirse a esa cara de ángel que tiene su hija.
—Tienes razón, un homenaje a ellas —sentencia Lola—. El sábado salgo del trabajo a las cuatro de la tarde, vengo recogemos todo y pasamos allí el fin de semana.
—Me encanta la idea —confiesa Sara y le da un abrazo a su madre.
—Uyyy voy a llegar tarde — Lola pega un brinco del sofá, coge su bolso, le da un beso en la mejilla a su hija y sale disparada para coger el autobús que según la APP llega en cuatro minutos.
Sábado por la tarde
Sara y Lola llegan a casa de la abuela Manuela cargadas de bolsas y varias mochilas.
—Ya no me acordaba de las escaleras —resopló Lola.
—La verdad es que no se cómo la abuela y la tía pudieron estar tanto tiempo sin ascensor —contesta Sara dejando sobre el sofá la mochila que llevaba colgada a la espalda.
—La costumbre —contesta Lola sin mirar a su hija ,aspirado el aroma de esa casa.
—Es increíble mama ¿cómo es posible que siga oliendo a ellas si aquí ha vivido otra gente?
—Ni idea cariño, pero disfrútalo, parece que estén aquí con nosotras —su madre la mira y sonríe.
Recorren toda la estancia cogidas de la mano, allí ya no hay fotos , ya no hay casi recuerdos latentes de su pasado, solamente algunos muebles como el sofá en el que la abuela Manuela dormía la siesta con el televisor puesto y el sillón orejero desde el que la tía Margarita miraba el cielo, le encantaba observar las nubes, como se movían, las formas que hacían, se podía pasar horas observándolo . La habitación más grande tenía todavía la cama de su madre, pero ni rastro de la colcha de punto que ella misma había tejido, Lola la tenía en su casa, en su armario, únicamente la sacaba cuando la extrañaba, la sacaba con cuidado de su guardapolvo la tocaba con cariño y aspiraba su aroma que inusualmente todavía olía a ella. La cocina sin embargo estaba igual, intacta, Lola entró y cerró los ojos, se vió a ella misma allí correteando alrededor de su madre mientras esta cocinaba o lavaba los platos , entonces algo la hizo sonreír.
—Ma ,¿qué piensas? —interrumpe Sara.
—Me ha hecho feliz un recuerdo en el que me he visto a tu edad correteando alrededor de la abuela mientras ella cocinaba, y te he visto a ti con la misma vitalidad mi niña, eres mi mini yo pero en versión mejorada cariño —Lola abraza a su hija y esta simplemente sonríe.
—Se que es pronto pero tengo hambre —suelta de golpe Sara.
—Hija cuando no, lo que no se es donde lo metes —contesta Lola—. ¿Hacemos palomitas y ponemos una película?
—Sí, yo las traigo —contesta Sara y sin darle tiempo a reacción sale corriendo por el pasillo para ir a buscar las bolsas de la compra que se habían dejado en la entrada. Al entrar en el salón ve sobre la mesa el juego de parchís antiguo con el que jugaban siempre que venían a casa de su abuela. Sara se acerca cautelosa, lo toca, lo abre y sonríe al ver la moneda de un duro que está ahí desde que ella tiene memoria.
—Sara, tráete el agua también y así metemos una al frío que acabo de encender la nevera —grita su madre desde la cocina. Sara suelta el parchís y le lleva su madre el agua. Meten las palomitas en el microondas, vierten en un bol gigante una bolsa entera de patatas y se dirigen al comedor para sentarse y disfrutar de su tarde juntas, madre e hija.
—Sara ¿cuándo has traído el parchís? —pregunta Lola con una sonrisa.
—¿No lo has atraído tú? —replica Sara.
—No, yo no —contesta y ríe nerviosa.
—Ma, te juro que yo no lo he traído —aclara Sara con una cara muy seria.
—Se lo habrán dejado los anteriores inquilinos Sara —busca la lógica Lola.
—Ma
—¿Que? —gruñe Lola.
—Es el parchís de la abuela —contesta señalando hacia la mesa dónde esta el juego.
—Eso no puede ser porque el parchís de la abuela está en el altillo del armario de mi habitación —explica tranquilamente Lola.
—Tiene la moneda de la abuela dentro —replica Sara acercándose y mostrándosela.
—¿Que? —la cara de Lola era de absoluta perplejidad—. No puede ser Sara.
—Mira mama, que sí —insiste Sara—. Es la monera de la abuela, están pintada de boli rojo.
—Tú le hiciste esa marca —exclama Lola arrebatándole la moneda de las manos a su hija para darle vueltas una y otra vez.
—Tengo miedo ma —confiesa Sara en ese momento.
—No tengas miedo hija. Tu misma dijiste que era una fiesta de despedida no…
—¿Qué quieres decir con eso? —balbucea Sara.
—Pues que creo que es la última partida de parchís que jugaremos con ellas —concluye Lola, preparando la mesa para disponerse a jugar al parchís. Sara sin embargo estaba un poco asustada mirando hacia todos los sitios de la estancia buscando algo o a alguien cuando un pitido las sobresalta a las dos. A Lola le da un ataque de risa.
—No hace gracias —replica Sara.
—No se si es de miedo, de risa o de nervios —se excusa Lola.
—Voy a por las palomitas —Sara sale disparada hacia la cocina.
—Mama pórtate bien —susurra Lola mirándola la moneda.
Pasaron más de dos horas jugando al parchís, riendo y recordando como se las ingeniaban las dos hermanas para ganar siempre, sus trampas eran épicas y cómo Sara y Lola hacían ver que no se daban cuenta.
Se acostaron juntas mirando hacia el techo, la lámpara de araña seguía ahí todavía y Lola le explicaba a Sara que cuando ella era pequeña y llovía mucho se refugiaba con su madre porque los relámpagos le daban miedo, se quedaba mirando fijamente la lámpara del techo y su madre le susurraba canciones hasta que se quedaba dormida.
—Ma ¿la echas de menos? —quiere saber Sara.
—Cada día de mi vida —contesta sin pensárselo mucho Lola.
—Yo también —confiesa Sara.
—Buenas noches mama, buenas noches tía —dice Lola en voz alta y apaga la luz de la mesita de noche.
Sara no lograba conciliar el sueño, sin embargo no quería moverse por nada del mundo porque hacía frió, aunque se habían arropado con una colcha ella sentía un frió extraño, un frío que le calaba hasta los huesos.
—Que frío —susurra Sara.
Al rato escucha las pisadas de su madre por el pasillo, escuchaba hasta los huesitos de los pies que le crujían, luego escuchó como un cajón de la cómoda se abría para luego cerrarse y notó cómo su madre la abrigaba con algo, se estremeció, volvió a escuchar los pasos de sus pies descalzos por el pasillo para luego volver y escuchar el sonido de la colcha al moverla. Al ratito Sara se durmió plácidamente, tan plácidamente que cuando despertó a la mañana siguiente eran más de la diez de la mañana y un olor a tortitas inundaba la habitación. Se incorporó, se desperezó y se fijó que sobre la cama no había ninguna otra sobre colcha ni nada con lo que su madre la pudiera arropar la noche anterior, extrañada se levantó abrió los cajones de la cómoda y se dió cuenta de que todos estaban vacíos.
—¿Sara? — su madre entró por la puerta—. Vaya con mi dormilona —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
—Ufff si —admitió esta —. Me costó dormirme bastante pero luego ya…
—Si, te escuché levantarte y rebuscar por la cómoda, incluso tuve la sensación que nos arropabas con algo pero…. — Lola se cayó de inmediato al ver la cara pánica de Sara.
—Ma
—¿Qué pasa Sara?
—Yo no abrí la cómoda, yo pensaba que habías sido tú —confiesa con un hilo e voz.
—¿Yo? No —sentenció Lola mirando a su hija .
—Mama — Sara tuvo que sentarse sobre la cama porque estaba algo mareada y las piernas le temblaban—. Anoche yo no podía dormir y escuché perfectamente como caminabas descalza por el pasillo, luego entrabas en la habitación, abrías la cómoda nos arropabas y te ibas otra vez por el pasillo, se escuchaban los pasos descalzos perfectamente mama.
—Sara, te juro que yo no me he movido de la cama en toda la noche. Yo pensaba que habías sido tú.
—Ma, me está dando miedo, no me gustan las bromas —replica Sara muy seria.
—No estoy de broma Sara —contesta Lola para soltar una carcajada involuntaria, se tapoa la boca—. Perdón.
—No me hace gracia —le regaña Sara.
—Es de miedo —se justifica Lola. —¿Han podido ser ellas?
—Ellas ¿quién? —quiere saber Sara con cara de miedo.
—Tu padre y perico de los palotes Sara hija, quien van a ser la abuela y la tía —contesta Lola.
—¿Tu crees?
—Lo creo Sara —contesta afirmando con la cabeza.
—¿Y ahora que? —pregunta Sara.
—Pues ahora nada, ahora desayunamos, nos despedimos de ellas y nos vamos —explica Lola tan tranquilamente.
—¿Así sin más? —insiste Sara.
—¿Qué quieres que hagamos?
—No lo se la verdad.
—Vamos a desayunar —Lola ayuda a que Sara se incorpore de la cama y se van a desayunar tranquilamente. Una vez que acaban recogen todo en un silencio extraño, miran por última vez la estancia y Lola se percata que en el balcón hay dos pájaros que la miran, parecen dos pequeños gorriones, o jilgueros, la verdad no entiende mucho de pájaros, sin embargo le parecen preciosos.
—Mira Sara, parecen dos gorriones —exclama Lola e involuntariamente se va directa a abrir la puerta del balcón para verlos más de cerca, los dos pájaros en lugar de salir huyendo entran en el comedor, dan varias vueltas y finalmente uno se posa sobre el sofá y otro sobre el sillón.
—Ma ¿ Me están mirando o son imaginaciones mías?
—Sara, fíjate donde se han posado —observa Lola, su hija la mira sin comprender—. Uno está en el sillón de la tía y el otro en el lugar del sofá dónde se ponía la abuela.
—¿Crees de veras que son…? —la voz de Sara se corta.
—Gracias por tanto —dice Lola de golpe agarrándose ambas manos sobre el pecho y sonriendo—. El pájaro que está sobre el sofá sobrevuela el comedor, pía varias veces y se va por dónde ha entrado, al segundo el otro pájaro que estaba en el sillón de la tía Margarita sale volando por donde ha entrado sin más. Sara estaba con la boca abierta mientras que su madre no paraba de reír y llorar al mismo tiempo.
—Eran ellas —dice Sara al mismo tiempo que se lanza a los brazos de su madre.
—Y están bien —contesta Lola—. Están bien y están juntas.
FIN
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